Nostalgia
Avanzas por las frías calles de tu pueblo natal al que no habías visitado en tanto tiempo. Tus padres te recibirán en la casa que te vio dar los primeros pasos, con la comida por la que antes sentías en tu boca el placer de algo que te gustaba, pero que hoy te da igual con tantas preocupaciones. La lluvia es incesante al exterior de este pequeño hogar y piensas que ya es hora de partir o tu vuelo de regreso se va a perder. Sales con el ánimo que aquellos que te dieron la vida te han brindado. Levantas la mano para que el taxi te recoja, ingeniándotelas con el paraguas en una mano y las maletas ligeras en la otra. Durante el camino observas con atención esos detalles que hacen a tu pueblo tan especial: el parque donde jugabas cuando niño, el sencillo café donde charlabas con la que fuese el amor de tu vida, la obra que te parecía iba a ser el más maravilloso y extraordinario hotel del mundo pero que nunca tuvo conclusión, en fin, esas cosas que te hacían pensar que no habría razón para salir de ese recóndito pedazo de cielo que pocos conocían. Sin desearlo, las campanas de la catedral te trajeron de vuelta a la realidad. Tu trabajo te exigía estar el lunes a las 7:45 en punto revisando la noticia del día a publicar en el diario nacional, y tú ibas en aquel taxi que te alejaba de los bellos recuerdos. El taxi se detuvo y bajaste de él, le das un billete de 500 al conductor y le pides que se quede con el cambio. Al entrar al aeropuerto sientes una nostalgia inmensa, que aún tratando de convencerte a ti mismo que es bueno partir, hace que te quedes. Permaneces en shock unos momentos ante una decisión así pero crees que has optado por lo correcto. Pronto la emoción de ser libre regresa a ti después de tantos años que la dejaste abandonada y recorre todo tu ser. Faltarás al trabajo, dejarás las cosas que tanto te agobian y respirarás el aire del único lugar del globo que te hace feliz. No se puede pedir más. Ahora tu mente se fija en aquella chica que dejaste hace años por causa de ese estresante trabajo. Avanzas por aquellos caminos incomparables para pronto volver a sentir el calor de tu hogar, deseando con todas tus ansías volver a verla y sentir de nuevo sus labios junto a los tuyos, mirarla cara a cara y admirar su sonrisa. Pensaste tanto tiempo en ella que se te hizo corto el camino de regreso a dar la gran sorpresa a tus padres. Tocas la puerta, ellos te abren y te ven con regocijo. Les comentas la decisión que has tomado y preguntas por la hermosa mujer que ocupa tu mente. Tus padres se ven uno a otro, toman tu mano y te dicen: —Ella murió—. Te quedas atónito y casi sin respirar. Tu corazón se acelera, tu cuerpo empieza a temblar y tu vista se nubla. Caes sin remedio ante aquel suceso. Quienes te explicaron la fortísima noticia se estremecen, rápidamente encienden el automóvil y te transportan al hospital del cual las enfermeras te habían extraído del vientre de tu madre aquella tarde pluvial de abril. Hoy era algo diferente, hoy era extraño. Tus pensamientos desaparecían uno a uno. Los llantos de tu madre se extinguían poco a poco. Sentías que a cada segundo que transcurría en el reloj te separabas más de este hermoso pueblecillo. Tus piernas no se movieron más, tu corazón dejó de latir, tu respiración cesó. Ya no recordarás, pero si fueses capaz de hacerlo sería una fecha especial para ti: tu muerte.